No sé si tendrán algún valor, pero de una vez por todas tenían el derecho de nacer. Hoy entrego el segundo texto

Publicaciones Pedidas

Por Carlos Héctor Lapenta

En un cuaderno muy grande y de uso continuo, escribí hace cuatro años distintas experiencias por cafeterías de la ciudad. Textos escritos con el solo propósito de despuntar el vicio de escribir y con la condición autoimpuesta de no modificar lo que escribí al correr del pluma. No sé si tendrán algún valor, pero de una vez por todas tenían el derecho de nacer. Hoy entrego el segundo.

La jornada de hoy es mas bien fría a esta hora (8.45). Ayer a la misma hora era agobiante. Igual acá, en el interior de la confitería hace mucho calor.

El lugar está contiguo a un sanatorio. Sin saber se presume eso ya que está, predominantemente, poblado de chaquetas blancas, azules, celestes o cualquier otro color que identifique a personal de la salud. No obstante eso hay una sola chaqueta azul. Su portador tiene luna oblea que no alcanzo a identificar. En otra mesa con cinco habitués reconozco a un médico. Creo que viene a cumplir su rutina mañanera y no para hacer tiempo para ir a trabajar. Menos lo creo ahora que se levantó para leer el suplemento deportivo de Clarín.

Después de esperar un rato que me atiendan un señor mayor se acerca para pregúntame qué me voy a servir. Pido un cortado. Un minuto después una moza, de impecable remera y pantalón azul me trae el cortado. Se destaca por su cara ultramaquillada, su evidentemente teñido de morocha a indisimulado rubio.

No concurro regularmente a este lugar, pero las dos o tres mesas ocupadas en la calle son, seguramente, de habituales clientes. La vereda es un constante ir y venir de gente. Es lógico, el sanatorio que está al lado es el convocante.

Como en aquella confitería de Rodríguez Peña y Perón de la Capital Federal, lugar donde hacía tiempo esperando turnos para la revisación periódica de mis oídos, pasa un joven con gorra y auriculares ¿será feliz evadiéndose de todo lo que pasa a su alrededor?

En una mesa que estaba semi tapada en la vereda, se levanta un hombre con chaqueta y pantalón verde. Presumo que es un médico. Lo acompaña una mujer. No sé por qué también presumo que es una colega.

Desde que estoy sentado aquí (20 minutos) se ha renovado el público. Dos jóvenes ocupan una mesa; da la sensación que son parroquianos. Una mujer, sentada frente a mí en una mesa a mi derecha, no tengo dudas que está haciendo algún recreo de su visita al sanatorio (¡oh…ya no está!)……(¡oh…levanté la vista y otra vez veo sentada a la señora que un minuto antes había desaparecido! ¿Habrá algún mago oculto?) Su concentración está limitada a lectura del diario del día. Ahora hay más gente. Me arriesgo pensar que son habitués.

Detrás de mí un hombre y una mujer. Aparentemente matrimonio. La señora saluda a la moza como si la conociera de antes. No obstante pienso que ambos también están haciendo un recreo de su visita al sanatorio.

La mesa de los cinco que estaban a mi derecha han dejado el lugar. Llamativo que cinco personas hayan conversado normalmente sin hacer un ruido más allá de lo que la prudencia marca. Desde que llegué escucho una voz de fondo. Arriba a mi izquierda hay un inmenso televisor. Extrañamente su audio está más que moderado y no incomoda.

Estoy sentado frente a un espejo que, visualmente, hace mucho más grande a la confitería. Por él también puedo ver el televisor que está a mi espalda. Miro hacia la calle y veo desocupada una mes doble, la misma que algún momento ocupara con Cielo cuando nos juntamos a mi pedido, para repasar algunos aspectos del borrador del libro “Entre calles y avenidas de La Perla del oeste”, que estaba próximo a terminar. Fue solo un fugaz recuerdo de un lugar, al que insisto, no concurro con frecuencia.

De todos los presentes solo la señora que está haciendo su recreo sanatorial es la que tiene clavada la vista en el televisor. El resto conversa entre sí o leen los diarios. No es mucha la gente que hay a esta hora, sin embargo la moza no deja de atender mesas. Es llamativo la cantidad de gente en tránsito. Lugar tranquilo. Las pocas veces que lo visité en ocasiones anteriores tuvo las mismas características. No sé cuándo regresaré para hacer otra observación, aunque creo que ya está logrado el ambiente para continuar con la placidez que ha impuesto el lugar y su gente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *